La expulsión de los mercaderes (1571-1576). El Greco Fuente: Wikiart |
Ha pasado casi un mes de la feria del libro más importante
de Oaxaca, un adjetivo que la FILO se ha ganado por la increíble capacidad de
gestión para conseguir recursos de patrocinadores y autoridades estatales. Sin
embargo, dejando a un lado los caudales que aporta el sector privado, cabe
preguntarse por los impuestos que los oaxaqueños tributan cada año para esta
feria: ¿realmente es para el pueblo?
Este año lo que causó más
polémica en la FILO fue la mudanza de este evento de la alameda del zócalo
oaxaqueño al Centro Cultural y de Convenciones de Oaxaca (CCCO). Hay que
señalar que el transporte urbano en Oaxaca es ineficiente por la pésima
planeación urbana y existen lugares donde no pasa ninguna ruta: ¿a quiénes se
les ocurrió hacer un centro de convenciones en una avenida por la que no pasa
el autobús público o un colectivo? El video de sugerencia de llegada a la nueva
sede de la FILO, que se publicó en su página oficial de Facebook, mostraba una ruta por transporte privado pero para llegar
en camión se necesita tomar una ruta que vaya al Tule, Tlalixtac o Lomas de
Sierra Juárez, bajar en la Ciudad de las Canteras, atravesarla y, mientras
observas todas las maravillas que la Fundación Alfredo Harp Helú ha financiado
(?), te preguntas: ¿a quiénes se les ocurrió mover una feria de un lugar al que
casi todas las rutas de camiones pasaban sin ningún problema además de ser un
paso obligado para muchas de las actividades de los oaxaqueños? Y ese tema del
público asistente me lleva a otro punto: gran parte fueron estudiantes
acarreados.
En esta edición observé a más
niños uniformados que en otras ferias. Además se encontraban con cuentacuentos
que no conocían su situación de vida o intereses. ¿A quiénes se les hizo buena
idea traer cuentacuentos que no conocen al público oaxaqueño y no contratar a
los locales? Sin embargo creo que lo mejor de la FILO fueron sus talleres para los
niños. Cubrían de forma pertinente lo que ellos desean: jugar. Pero dejemos a
un lado a los asistentes: jóvenes de bachilleres y de universidades que
buscaban un punto para su asignatura y a los niños uniformados que poblaron la
FILO; pasemos a los stands.
Cuando he ido a la Feria
Internacional del Libro de Guadalajara o la del Zócalo de la Ciudad de México,
a pesar de la inmensa área que ocupan, nunca me he sentido perdido o abrumado
ante tanta oferta y creo que es por la excelente distribución de sus stands. ¿Quieres comprar en librerías
“de viejo”?, hay una zona para ello. ¿Deseas ir a ver qué hay en las librerías
del gobierno?, hay un lugar. ¿Deseas comer algo?, café, sándwiches y otros
aperitivos te esperan en otra parte. Sin embargo los organizadores de la FILO
no supieron ocupar el espacio del CCCO. Casi todos los stands eran de la Proveedora Escolar* y encontré tres cerrados: ¿dónde
estaban las librerías “de viejo” de Oaxaca?, ¿cuáles fueron los precios por stand? y ¿por qué casi no hubieron
rebajas importantes en publicaciones? “Pero hubo un aumento de stands de juegos didácticos”, me señaló
una persona que se sentó a mi lado en una conferencia de la FILO. Eso nos lleva
al otro tópico de una feria del libro: los invitados.
Personajes de ideas políticas de
centro permearon esta feria, personajes que deciden no tener postura, que van
contra la verdad. No hubo debates importantes, no hubo ningún joven que
cuestionara a algún invitado ya sea por su incongruencia, postura política o
literaria, nada que ofreciera una nota periodística que fuera viral o que se
prestara a comentarios en los círculos culturales oaxaqueños. Los mismos
autores de cada edición, los nuevos que eran extranjeros que desconocen la
tradición literaria mexicana, ideas incombustibles y casi ninguna oferta de
libros; una feria que da el siguiente mensaje: “la cultura sólo es para los
fifís, para los adinerados, los privilegiados”. Un espectáculo que sólo llena
las pretensiones pequeño burguesas de la vallistocracia
que desea tener poder político y ganancias económicas a partir de la cultura.
Qué tipo de feria del libro sería
otra opción: una que nos haga reflexionar, cuestionar nuestra realidad y a la
autoridad (ya sea literaria, académica o política), una que obligue a los
escritores y artistas oaxaqueños a tomarse en serio su papel de intelectual.
Una que desnude las posturas fascistas que a veces, por sutiles, se develan de
la confrontación de ideas, una FILO para el pueblo oaxaqueño que incendie la
vida cultural en nuestro estado.
Nota
*Papelería y librería de la cual es propietario el director
general de la FILO y dueño de Almadía:
Guillermo Quijas.